Tal vez hoy sea el día menos oportuno para ser positivo. Tal
vez hoy esté derrumbada de nuevo debajo del predestinado NO, pero sé que en el
calor del más débil aliento está la respiración que más tarde regresa, cuando el
cuerpo se extiende en tristes dunas cuyas bocas no sorben más que lágrimas puras.
Debo pretender que el delirio, por fin liberado, ha sido exhalado en un grito
de silencio, posiblemente insano, pero ciertamente intenso. ¿Cómo podré desatar
el coraje sin volverme presa de mí misma? ¿Cómo podré redimirme de mis propias
ataduras?
El predestinado “NO” se pluraliza en recuerdos e ideas que me
remontan a la vieja montaña, donde los altos vientos se arremolinan junto con
todas estas emociones que aún habitan en las entrañas.
Es hora de alzar las manos en compañía de ella: yo; la
existencia remota, la paralela gama de la sombra que ha vivido junto a mí. La
única que me ha devuelto la sonrisa, aquella que incluso ha capturado cada
lágrima con inmensa felicidad, la misma que ya no recuerdo desde esas
fotografías… pues ella aún no danzaba sobre el tiempo que consume los sueños y
lentamente va agrietando la tierra en donde confiamos nuestros pasos… aquél que
cruelmente va opacando las nacaradas tonalidades de la célebre risa. Me
pregunto por qué se alegra de que le dé todas mis penas, por qué se alegra de
confiscarme todos mis miedos…
Ella cargaba con una caja roja y desde que guardó todo ahí, gran
parte de esa sombra, que no pude ver a la luz del día, ya se había esparcido.
¿Es acaso que nunca le di nada? ¿O que le di tanto que durante el gran trayecto
se fue colando todo? ¿Desapareció en verdad o es que la tristeza siempre fue
transparente? Tanto que nadie lo nota, tanto que sigo mintiendo.
Me siento tan falsa… quiero ser tan real como ella lo fue.
Los siento tan falsos, tan vacuos y todo es tan nimio en estos tiempos de
hastío. Un sueño más muere.
Ella me dijo que respirara profundo hasta limpiar mi
garganta, y una vez desatado el dolor mirara hacia el sol, pues para mí,
naranja es el color de la felicidad. Yo le obedecí como si me lo hubiera
ordenado una madre. Nunca pensé en que entraría en tal conexión con ella,
conmigo.
Los lazos del tiempo y su física se rompieron por unos
instantes y no hubo ley alguna que me impidiera salir de ese sueño, que por
supuesto, no lo era.
Fue como juntas abrimos el artefacto a la par y al compás de
la brisa, nuestros rizos aletearon lúdicos. Nos miramos. Nunca había
experimentado tal ternura. Ella seguía riendo con esa voz delgada y esa risa
plena y dulce e inocente. La besé en la frente y ella me abrazó con fuerza.
No quería dejarla ir. La extrañaba aun teniéndola frente de
mí, pero había un predestinado NO dentro, el cual debía tener presente, tanto
como el que en ese momento se iba, como el que ahora mismo nos deja, como el
que ni siquiera existe. El predestinado NO, esa resistencia, esa rebeldía NO me
dejaban arrojar todo el pesar, porque aún en la felicidad había nostalgia. Pero
fue ahí que comprendí que ésta no debe predominar marcando la derrota, sino ser
la debilidad y la fuerza, el paradójico dualismo que hemos de llevar oculto,
como una cuchilla, como un sueño que revive en las llamas del sol. El
predestinado NO siempre estará, siempre será. Pero hay un duelo constante que
aguarda sobre la montaña, y con él deberemos confrontarnos con la misma fuerza
que alguna vez nos ha empujado a rendirnos.
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